MEMORIAS DEL MANATI
EN OCTUBRE AÚN HAY MILAGROS
EL Manatí.
EN OCTUBRE AÚN HAY MILAGROS
I
Una vez más el corazón del salaz de Ullon había sentido, de pronto, uno de sus repentinos pálpitos y, a pesar de haber sido vejado por las zarpas del amor a causa de éstos, el porfiado cerdo seguía poniendo sus manos al fuego por ese don que él juraba venía de Dios. Y, sobre todo, porque le tincaba que su bendita corazonada era por la Furch. (Pero nosotros sabíamos hasta el hartazgo que las corazonadas del puerco siempre fallaban, donde ponía el ojo nunca ponía la bala.)
_ He sentido un hincón en el pecho, muchachos _ nos dijo un día y preguntó pálido como papel _ ¿no será el amor que va a tocar a mi puerta?
Estaba contento. El brillo de sus ojos lo delataba. Y confiado en sus revelaciones empezó a ‘tirarle flores’ a la gringa Furch, es más, a ‘tirarse al suelo’ por ella, sí, se ‘arrastraba’ como perrito faldero, le sacaba la lengüita de rato en rato con tal de recibir a cambio un mendrugo de sus ojos, no le importaba ni siquiera su dignidad de varón. Ullon se había olvidado que sólo era una corazonada y ya cantaba victoria antes de tiempo. Y lo peor, se olvidaba adrede de Rouss, veneno bendito que laguna vez nos mató.
_ Oye, Ullon, de repente ella es uno de esos falsos amores que se mete por la ventana como ladrón por la noche, salaz, y ahí sí ten mucho cuidado que te puede cambiar, de la noche a la mañana, esa risita en llanto. Recuerda que muchas veces en la puerta del horno se nos quema el pan _ le advirtió el “Pájaro”, pero el cerdo, obseso en sus profecías, sintió esa advertencia como una afrenta, lo chapó del gañote y le tiró en la cara, delante de todos, la saliva envenenada de sus injurias, que quién, diablos, te has creído que eres, pajarraco de miércoles, acaso tú conoces los corazones de la gente para saber quién es quién o tú también te crees poseído por el espíritu de revelación y vienes a predicarle ala salvación a mi corazón de un mal amor que supones que es la gringa Furch; sí, le disparó a quemarropa el iracundo escupitajo de esa ironía.
El “Pájaro”, acribillado por las palabras del cerdo, no supo dónde meter la cara, le dio la espalda y se largó herido en medio de la noche frondosa sin decirle ni jota. Ullon, había sido demasiado duro, al verlo partir así, alicaído, quiso retractarse, correr tras él para pedirle perdón,, pero, de repente, un vaho de orgullo flotó en esa atmósfera oscura y desistió, prefirió morderse la lengua y no hablar. Entonces, vimos al “Pájaro” cómo se iba desdibujándose en las tinieblas de la noche con las huellas de sus botas hundiéndose en el fango, hasta no verlo más.
II
Mucho tiempo después, después que Ullon comprobó en carne propia que el amor esconde tras esos guantes de seda unas truculentas garras de arpía, como las que tenia muy bien escondida la gringa Furch, éste y el “Pájaro”, como cosa de Dios, se encontraron cara a cara en el umbral de la puerta donde sería la fiesta del día iluminado del mes de Octubre. Sí, ahí se vieron las caras. Fue inevitable. Y salieron chispas de sus ojos. (Pues, era Octubre, el mes de las rosas y de los milagros, el mes de las flores y los pálpitos, y, la verdad, en este mes cualquier cosa podría pasar.) Ullon se quedó frío, tieso, atenazando en sus brazos un norme paquete con olor a torta de chantillí, al verlo al “Pájaro”frente a sus narices puso la carita de cerdo arrepentido y recordó las veces que el “Pájaro” compraba la torta y se la ponía en sus manos para que Rouss crea que era él quien le regalaba, recordó también sus palabras arteras como herrumbrosas cuchilladas, pero ahora sí había comprobado que el amor de la Furch no había entrado por la puerta ancha de su corazón como el ave pensaba, sino que se trepó por la ventana como ladrón en la noche, paseándose luego, como Pedro por su casa, e hizo lo que vino en gana con las piltrafas de su amor, tal como éste se lo había dicho.
Al sentirlo respirar tan cerca al cerdo el montaraz se quedó de una pieza, estaba ensopado por el sudor de los nervios, con un oso de peluche de tamaño natural en los brazos y la muequita nerviosa de una risita sin risa. Sí, de que se vieron las caras, se las vieron y frente a frente; pero, eso sí, nadie dijo esta boca es mía. El resto de los sátrapas (Juan Fallopio, “Perro flaco” y los demás) regalitos en mano, al verlos juntos, echaron humo por las narices, pero esperaban, desesperados, pero disimulando, que cualquiera ‘pisara el palito’ y se armara ahí mismo la de sanquintín. Mientras aguardaban se fijaron en lo que traían en brazos, se codearon de inmediato murmurando: “¡Vieron eso!” Y, zafios, atisbaron, con los ojos casi salidos de sus órbitas, las grandes dádivas, como trofeos de guerra, traídas por éstos para la fiesta del día iluminado. Y al comparar sus ofrendas con las de éstos se dieron cuenta que eran insultados con sus presente y que estos ridiculizaban sin querer sus obsequios baratos traídos desde el alba. A Juan Fallopio, por ejemplo, le resultó inaceptable que esos dos mequetrefes le aguaran la fiesta, y enojado porque hirieron su orgullo tiró al tacho sus bombones y gladiolos y, de pura cólera, se le colgó la nariz como moco de pavo. Se apoltronó en un rincón de la fiesta y de ahí no se movió hasta el día siguiente, “Perro flaco”, herido hasta el tuétano, en mella del honor de su bolsillo, atinó a hurgar en su memoria un pretexto ideal para justificar una excusa inmediata y largarse de ahí de inmediato y así lograr a tiempo su huída, ya que sino sería demasiado tarde y pasaría el bochorno de la vergüenza en la cara por la prolijidad de su obsequio con las mofas ocurrentes en la boca de las mujeres; el pobre de “Mucharisa”, asolapado miró con el rabito del ojo su flaco bolsillo, entonces empezó su queja echándole la culpa de su crisis a Marx, a Dios y a los Estados Unidos de América por su pobreza y terminó, paradójicamente, después de propalar en plena fiesta ese subversivo discurso, remojando sus labios resecos en un vaso de cocacola yanqui. (Sí, era la fiesta del día iluminado en el mes de Octubre donde todas las rosas le hacen fiesta a la única rosa de este pantano y, en verdad, cualquier cosa podría pasar.)
Bajo el umbral de la puerta, Ullon y el “Pájaro” echaban chispas. Todos esperábamos que de un momento a otro cualquiera de los dos de el primer manotazo y así, de una vez por todas, abrieran la boca y cerraron los puños para agarrarse a trompadas. La expectativa era grande. Tanto así que nadie se atrevió a pestañear siquiera por no perderse ni el más leve movimiento que fuese fatal para ambos.
Era increíble vernos ahí: Aplastados como ridículas calcomanías en las lunas de las ventanas, trepados, como murciélagos, en los árboles aledaños y hasta agazapados en el dosel de la casa iluminada, esperando justamente eso: La palabra insulsa que pariera la rencilla preñada de trifulcas. Pero era Octubre, el mes de las rosas y de los milagros y cualquier cosa, dios, podría pasar. Y los sátrapas se quedaron con las ganas, con los crespos hechos y la boca bien abierta. Era realmente Octubre, el mes de las rosas y los milagros y ellos habían olvidado que es este mes cualquier cosa podía pasar. De pronto, Ullon se tragó la hiel de su ira y como nunca sacó las banderitas blancas de la paz y la reconciliación, y fue el día iluminado porque el “Pájaro” reculó su orgullo y terminó tocado por el espíritu del Señor entregándole al cerdo el oso de peluche de tamaño natural como una muestra de su amistad, y éste no buscó mejor momento que partir la torta e n ese instante para festejar junto con su amigo el día iluminado de este mes. Y se quedaron ahí, charlando en las afueras de la casa iluminada, no entraron a la fiesta, mejor que atender. La fiesta de la amistad bailando en sus corazones. Y Rouss, la única rosa del pantano y dueña del cumpleaños, así lo tenia que entender, porque si ellos la habían esperado tanto tiempo, ¿por qué acaso ella no les podía esperar otro cumpleaños mas para comer otra torta igual y recibir otro oso de peluche de tamaño natural?.
Pues, era Octubre, el mes de las rosas y los milagros y cualquier cosa podría pasar. Sí, era Octubre, el mes de las flores y los pálpitos, el mes de su bendito onomástico. Pero también será desde ese día el día bendito de la resurrección de una amistad que tenía mucho más de tres días de muerta, entre Ullon, el cerdo impune, y el “Pájaro”, pequeña ave montaraz, pues, era Octubre, Dios, y en Octubre, quieran o no, aún hay milagros.
POSDATA:
(El nacimiento de Rouss fue un milagro de Dios para, nosotros, los hijos de los hombres, pero, también, es menester confesar, abiertamente y sin tapujos, es un infierno celestial que colinda caprichosamente con el amor y el pecado.)
EL Manatí.
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