MEMORIAS DEL MANATI
EL PRINCIPIO DEL MAL
(La vida en el pueblo fue demasiada tranquila como para tratar de registrar algunos acontecimientos sin importancia sobre los seres que lo poblaban. Por eso, en ese pueblo, nada ni nadie merecería librarse del fulminante paso del tiempo. En realidad, todos deberíamos haber quedado condenados al olvido si no hubiese sido por el milagro ocurrido, de un momento a otro, esa mañana de Octubre. Las “Memorias del Manatí” no son más que los registros hechos por una mano anónima que convivió con esos seres disparatados y presenció dicho suceso, casi divino, diríamos, y todos los acontecimientos que se desencadenaron después de éste. Porque, la verdad, después de ese acaecimiento todas las cosas y la vida misma en el pueblo recién tuvo sentido; por otro lado, quizá estas memorias tengan algunas imprecisiones, porque fueron escritas muchos años después del suceso, y algunas alteraciones, que confesamos son voluntarias, sobre todo, en los nombres de los personajes, por lealtad a la memoria de los de carne y hueso; pero, eso sí, lo sacamos de la luz para que el mundo sepa que el amor ha sido, es y será siempre el mismo dolor de cuchillos en el pecho y la partida lágrima en el viento. Y, además, con la plena seguridad de que esto pasó y esos seres sí existieron.)
II
Veinte años después del suceso, aún lo recordamos en nuestras tertulias vespertinas de los sábados: El pueblo parecía un pueblo fantasma, a cualquier hora del día se oía el ruido del viento golpeando las ventanas; de repente, los chirridos oxidados de los goznes de las puertas abriéndose de la nada y, por las noches, como a las doce, barullos de pasos sin sombras en los oscuros patios de las casas deshabitadas.
Esa mañana, la mañana del milagro, las calles del Pueblo, como de costumbre, estaban vacías, fantasmales, no había ni un alma que transitara por ellas; y, de repente, como nunca, vimos una lluvia de mariposas de colores revoloteando los aires y sentimos un olor a sándalo inundándolo todo: Calles, casas y alcobas. Era primavera, es cierto; pero aquí, en el Pueblo, nunca prendieron las flores, ni mucho menos pulularon tropeles de mariposas de colores; el “Hormiguero” Juan Fallopio no dudó en precisar con su desaforada nariz que ese olor no era otro que la del sándalo y era cierto; el “Mucharisa” confirmó que esas mariposas insólitas, que colmaban los aires, no eran más que burbujas de colores que desaparecían de repente con el sólo toque de los dedos; “Perro flaco” creyó ver algo más que una lluvia de mariposas en primavera, sí, vio un ataque de esquizofrenia de la naturaleza; y Ullon, el pitoniso del Pueblo, sintió, como espina de pescado incrustada en el pecho, uno de sus malditos pálpitos: “Esto es un anuncio del cielo, nos dijo el cerdo, algo hermoso está por ocurrir esta mañana”. Y, la verdad, ya estaba ocurriendo. De repente, tras sus palabras, tras esa lluvia milagrosa de mariposas, y ese olor a sándalo inundándolo todo, apareció, caminando por las calles empedradas del Pueblo, ella. Llevaba una rosa roja apretada en la oreja y lo tenía loco al viento revoloteando caprichosamente sus castaños cabellos.
Desde ese día, las calles empezaron a ser transitadas hasta muy tarde, se sacaron a escobazo limpio el polvo y las telarañas de las puertas y ventanas, los goznes herrumbrosos fueron reparados de inmediato y, ya en el Pueblo, no se oyeron más esos molestos pasos sin sombras y ni siquiera hubo espacio para duendes ni fantasmas; desde ese día, el “Hormiguero” Juan Fallopio tuvo que empapelar toda su habitación, desde el piso hasta el techo, con puro daguerrotipos de ella, porque juraba no podía dormir sin verla o sino los demonios del amor lo atacarían a mansalva con pesadillas húmedas hasta la aurora; “Perro flaco” aullaba su suerte porque se percató, con su olfato de sabueso herido, que era otro más de esos seres que iría idiotizado tras los pasos de ella olfateando su olor a sándalo desperdigado a borbotones por todos los recovecos y rincones; “Mucharisa” buscaba, hecho un loco, la forma de sorprenderla justo cuando hacía eso que él llamó “truco infame”, al acto de sacar de la nada mariposas de colores para que sólo vuelen entorno a ella y desaparezcan apenas la gente las toquen en un colorido reventón de burbujas; el “Pájaro” la seguía de lejos, en puntillas, árbol tras árbol, aprovechando esa milagrosa escaramuza de mariposas para fotografiarla de cuerpo entero, mi “virgencita” del pantano, y mostrárselo al “hormiguero” para que muera de envidia echando chispas por los ojos; pero, de todos los sátrapas, el más sátrapa de los sátrapas: Ullon, el salaz, no le dio más vueltas al asunto y se fue de frente al grano. Sí, se fue sin rodeos ni mucho aspaviento, para esto se puso en salmuera con ruda hembra durante tres días y, segurísimo que con sólo eso se le iría del pellejo toda esa “saladera” que lo hizo mal famoso, se fue donde ella y, en menos de lo que canta un gallo, probó su bendita suerte declarándole su amor en pocas palabras: “Desde que te vi, le dijo, mi corazón enmarañado en las alas del amor se encabrita por ti con desespero…”
Ese día, después de su arrojo, ella le mostró para siempre todo lo ancho de su espalda y se fue dejándole con la palabra en la boca y miles de mariposas de colores revoloteando en el aire, además, por supuesto, de un profundo dolor de cuchillos en el pecho. (Nos reímos del cerdo, es cierto, pero nuestra risa era una risa sin risa, porque temíamos a ser rechazados algún día con ese mismo rechazo.)
Desde entonces, somos un manojo de miedo cada vez que miramos sus ojos claros. Desde entonces, nuestras lenguas se traban y la boca nos pesa como si en vez de palabras nos salieran plomos o piedras. Desde entonces, el sueño ha huido de nuestras rojas pupilas y no hay nada ni nadie que pueda curar este mal idiotizante que muchos mal llaman: “Amor”. Desde entonces, desde que esa lluvia de mariposas de colores inundó todas las calles del Pueblo y el olor a sándalo se desperdigó por recovecos y rincones, las cosas y los seres de este pueblo han vuelto a tener sentido. La vida en el Pueblo dejó de pronto de ser como esas tardes quietas de provincia, para convertirse en una fiebre de jinetes insomnes azorados por la única rosa impoluta de este pantano: Rouss, regalo de Dios, veneno bendito que alguna vez nos mató.
Nadie como ella existirá ya sobre la faz de la tierra; sí, nadie como ella que pudiera tener en sus blancas manitas los hilos que manejaban nuestras vidas a su regalado antojo y hacer lo que le viniera en gana con nuestros afiebrados corazones; sí, éramos una manojo de penas, un puñado de llantos, que vivíamos la vida sólo respirando su aire; nadie como Rouss atormentará nuestras noches de insomnios sólo por buscar hasta el alba, ebrios de amor, la manera de decirle algún día: “Te quiero, así de simple como un anillo, te quiero”.
Sabíamos, desde el principio que la espera era larga, que incluso la nieve del tiempo gotearía sobre nuestras testarudas cabezas y el frío de la edad haría que los húmeros nos dolieran hasta el llanto; pero, confiados siempre que en algún recodo de nuestras vidas ella tendrá que ceder y doblar el brazo y entonces, cuando eso suceda, cualquiera de nosotros estará ya listo para vivir a su lado a la sola señal de sus dedos y al fin podrá decir: “Yo logré atravesar las piedras que blindaban su corazón, y concluirá, el amor es más fuerte que la espada”; y Rouss y su olor a sándalo serán sólo de ése y ése aprenderá a su lado el secreto insólito que el “Mucharisa” llamó “truco infame”, al hecho de sacar mariposas de colores de la nada y luego desaparecerlas en un reventón de burbujas; y , entonces, ese sátrapa hereje, ebrio de amor, loco por ella, podrá recién clavar sus profanos besos en el madero curvado de su boca, setenta veces siete, hasta el hartazgo.
El Manatí.
EL PRINCIPIO DEL MAL
I
(La vida en el pueblo fue demasiada tranquila como para tratar de registrar algunos acontecimientos sin importancia sobre los seres que lo poblaban. Por eso, en ese pueblo, nada ni nadie merecería librarse del fulminante paso del tiempo. En realidad, todos deberíamos haber quedado condenados al olvido si no hubiese sido por el milagro ocurrido, de un momento a otro, esa mañana de Octubre. Las “Memorias del Manatí” no son más que los registros hechos por una mano anónima que convivió con esos seres disparatados y presenció dicho suceso, casi divino, diríamos, y todos los acontecimientos que se desencadenaron después de éste. Porque, la verdad, después de ese acaecimiento todas las cosas y la vida misma en el pueblo recién tuvo sentido; por otro lado, quizá estas memorias tengan algunas imprecisiones, porque fueron escritas muchos años después del suceso, y algunas alteraciones, que confesamos son voluntarias, sobre todo, en los nombres de los personajes, por lealtad a la memoria de los de carne y hueso; pero, eso sí, lo sacamos de la luz para que el mundo sepa que el amor ha sido, es y será siempre el mismo dolor de cuchillos en el pecho y la partida lágrima en el viento. Y, además, con la plena seguridad de que esto pasó y esos seres sí existieron.)
II
Veinte años después del suceso, aún lo recordamos en nuestras tertulias vespertinas de los sábados: El pueblo parecía un pueblo fantasma, a cualquier hora del día se oía el ruido del viento golpeando las ventanas; de repente, los chirridos oxidados de los goznes de las puertas abriéndose de la nada y, por las noches, como a las doce, barullos de pasos sin sombras en los oscuros patios de las casas deshabitadas.
Esa mañana, la mañana del milagro, las calles del Pueblo, como de costumbre, estaban vacías, fantasmales, no había ni un alma que transitara por ellas; y, de repente, como nunca, vimos una lluvia de mariposas de colores revoloteando los aires y sentimos un olor a sándalo inundándolo todo: Calles, casas y alcobas. Era primavera, es cierto; pero aquí, en el Pueblo, nunca prendieron las flores, ni mucho menos pulularon tropeles de mariposas de colores; el “Hormiguero” Juan Fallopio no dudó en precisar con su desaforada nariz que ese olor no era otro que la del sándalo y era cierto; el “Mucharisa” confirmó que esas mariposas insólitas, que colmaban los aires, no eran más que burbujas de colores que desaparecían de repente con el sólo toque de los dedos; “Perro flaco” creyó ver algo más que una lluvia de mariposas en primavera, sí, vio un ataque de esquizofrenia de la naturaleza; y Ullon, el pitoniso del Pueblo, sintió, como espina de pescado incrustada en el pecho, uno de sus malditos pálpitos: “Esto es un anuncio del cielo, nos dijo el cerdo, algo hermoso está por ocurrir esta mañana”. Y, la verdad, ya estaba ocurriendo. De repente, tras sus palabras, tras esa lluvia milagrosa de mariposas, y ese olor a sándalo inundándolo todo, apareció, caminando por las calles empedradas del Pueblo, ella. Llevaba una rosa roja apretada en la oreja y lo tenía loco al viento revoloteando caprichosamente sus castaños cabellos.
Desde ese día, las calles empezaron a ser transitadas hasta muy tarde, se sacaron a escobazo limpio el polvo y las telarañas de las puertas y ventanas, los goznes herrumbrosos fueron reparados de inmediato y, ya en el Pueblo, no se oyeron más esos molestos pasos sin sombras y ni siquiera hubo espacio para duendes ni fantasmas; desde ese día, el “Hormiguero” Juan Fallopio tuvo que empapelar toda su habitación, desde el piso hasta el techo, con puro daguerrotipos de ella, porque juraba no podía dormir sin verla o sino los demonios del amor lo atacarían a mansalva con pesadillas húmedas hasta la aurora; “Perro flaco” aullaba su suerte porque se percató, con su olfato de sabueso herido, que era otro más de esos seres que iría idiotizado tras los pasos de ella olfateando su olor a sándalo desperdigado a borbotones por todos los recovecos y rincones; “Mucharisa” buscaba, hecho un loco, la forma de sorprenderla justo cuando hacía eso que él llamó “truco infame”, al acto de sacar de la nada mariposas de colores para que sólo vuelen entorno a ella y desaparezcan apenas la gente las toquen en un colorido reventón de burbujas; el “Pájaro” la seguía de lejos, en puntillas, árbol tras árbol, aprovechando esa milagrosa escaramuza de mariposas para fotografiarla de cuerpo entero, mi “virgencita” del pantano, y mostrárselo al “hormiguero” para que muera de envidia echando chispas por los ojos; pero, de todos los sátrapas, el más sátrapa de los sátrapas: Ullon, el salaz, no le dio más vueltas al asunto y se fue de frente al grano. Sí, se fue sin rodeos ni mucho aspaviento, para esto se puso en salmuera con ruda hembra durante tres días y, segurísimo que con sólo eso se le iría del pellejo toda esa “saladera” que lo hizo mal famoso, se fue donde ella y, en menos de lo que canta un gallo, probó su bendita suerte declarándole su amor en pocas palabras: “Desde que te vi, le dijo, mi corazón enmarañado en las alas del amor se encabrita por ti con desespero…”
Ese día, después de su arrojo, ella le mostró para siempre todo lo ancho de su espalda y se fue dejándole con la palabra en la boca y miles de mariposas de colores revoloteando en el aire, además, por supuesto, de un profundo dolor de cuchillos en el pecho. (Nos reímos del cerdo, es cierto, pero nuestra risa era una risa sin risa, porque temíamos a ser rechazados algún día con ese mismo rechazo.)
Desde entonces, somos un manojo de miedo cada vez que miramos sus ojos claros. Desde entonces, nuestras lenguas se traban y la boca nos pesa como si en vez de palabras nos salieran plomos o piedras. Desde entonces, el sueño ha huido de nuestras rojas pupilas y no hay nada ni nadie que pueda curar este mal idiotizante que muchos mal llaman: “Amor”. Desde entonces, desde que esa lluvia de mariposas de colores inundó todas las calles del Pueblo y el olor a sándalo se desperdigó por recovecos y rincones, las cosas y los seres de este pueblo han vuelto a tener sentido. La vida en el Pueblo dejó de pronto de ser como esas tardes quietas de provincia, para convertirse en una fiebre de jinetes insomnes azorados por la única rosa impoluta de este pantano: Rouss, regalo de Dios, veneno bendito que alguna vez nos mató.
Nadie como ella existirá ya sobre la faz de la tierra; sí, nadie como ella que pudiera tener en sus blancas manitas los hilos que manejaban nuestras vidas a su regalado antojo y hacer lo que le viniera en gana con nuestros afiebrados corazones; sí, éramos una manojo de penas, un puñado de llantos, que vivíamos la vida sólo respirando su aire; nadie como Rouss atormentará nuestras noches de insomnios sólo por buscar hasta el alba, ebrios de amor, la manera de decirle algún día: “Te quiero, así de simple como un anillo, te quiero”.
Sabíamos, desde el principio que la espera era larga, que incluso la nieve del tiempo gotearía sobre nuestras testarudas cabezas y el frío de la edad haría que los húmeros nos dolieran hasta el llanto; pero, confiados siempre que en algún recodo de nuestras vidas ella tendrá que ceder y doblar el brazo y entonces, cuando eso suceda, cualquiera de nosotros estará ya listo para vivir a su lado a la sola señal de sus dedos y al fin podrá decir: “Yo logré atravesar las piedras que blindaban su corazón, y concluirá, el amor es más fuerte que la espada”; y Rouss y su olor a sándalo serán sólo de ése y ése aprenderá a su lado el secreto insólito que el “Mucharisa” llamó “truco infame”, al hecho de sacar mariposas de colores de la nada y luego desaparecerlas en un reventón de burbujas; y , entonces, ese sátrapa hereje, ebrio de amor, loco por ella, podrá recién clavar sus profanos besos en el madero curvado de su boca, setenta veces siete, hasta el hartazgo.
El Manatí.
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