MEMORIAS DEL MANATI
EL ATAQUE DEL FORÚNCULO MACHO
“En la vida hay amores que matan y amores que mueren”, dijo Ullon con una carita de cerdo en pena, tirado en el pasto, con los brazos cruzados bajo la nuca, mirando el vuelo de los últimos chilalos.
Rouss le había dicho, a los cuatro vientos y a todo pulmón, que no y que no, que no iría al cine, ni a la fiesta, ni a la playa, ni a la esquina, ni a nada, que no iría con él a ningún sitio y punto. (Los demás, a escondidas, hacíamos fiesta en nuestros corazones por el desplante, aunque en el fondo sabíamos que tampoco iría con ninguno de nosotros.) Y Ullon, en su fuero interno, se preguntaba qué había pasado, si todo estaba saliendo, Dios, como a pedir de boca, entonces, pensó en lo peor. Tal vez el vaho de mi aliento, se dijo recordando que el “Ronsoco” Pérez, quien fungía de dentista en el Pueblo, fue el que le había mal curado una muela en un triz. Para constatar eso empezó a lanzar el halo de su aliento contra sus palmas, aaah, aaah, pero no, nada. Entonces, pensó en sus pies, sí, estos deberían ser, adujo rabiando, y se quitó los zapatos, pero sus avezadas pezuñas, a Dios gracias, aún no estaban sudando, así es que no expedían ese maldito olor a habas hervidas. ¿Entonces, qué, diablos, será? Se preguntaba mirando el firmamento preñado de nubarrones. No podía perder más tiempo tendido en el pasto. Alguien con confianza debería decírselo, sin contemplaciones, sin miedos. Entonces, fue en busca del “Pájaro”, el rapaz es sincero conmigo, él no me mentirá, se dijo. Y lo encontró desplumándose el corazón a solas, había sido zarandeado por los demonios del amor por Rouss y escribía, hecho un loco, madrigales sin ton ni son.
_“Pájaro”, tú has sido franco conmigo siempre, dime la verdad aunque duela, ¿qué es lo que tengo que Rouss repele? _ habló el cerdo quebrándosele la voz, con los ojos a punto de exprimirse en llantos.
El “Pájaro” ni lo oía, peor si le preguntaba por Rouss, estaba ensimismado escarbando en su memoria la palabra precisa para que su pluma pueda parir un poema en nombre de Rouss.
_ Pajarraco, ¿me escuchas?
_ Eh, mira Ullon, todos morimos por ella, pero tú tienes el color en la piel que a ella le gusta y… esta bien, te diré lo que quieres_ dijo, quitándose, con una parsimonia desesperante, los anteojos con lunas de poto de botella.
_ ¡Dime qué es!
_ Es que Tú... _Lo miró fijamente, hizo un gesto de sorpresa y...
_ Que yo qué... ¡Habla! Maldita sea, habla de una vez que me muero de la zozobra.
_ Que tú estás marcado por el signo del peor de los infortunios.
_ Deja de andar con rodeos y ve al grano, rapaz.
_ Está bien, te lo diré a secas, como las lóbregas bolas de mis ojos, y sin contemplación alguna.
_ ¡Ya, dilo, por Dios, y no demores!
_ Lo que tienes es la marca del flagelo del forúnculo macho en el rostro.
_ ¡Cómo!
_ El acné, hombre, el A-C-N-E
_ ¡No!
_ Sí.
_ ¡Oh, no, Dios santo, el forúnculo macho en mi rostro! ¡No, no, noooooo...! Pero, ¿estás seguro, rapaz? No te juegues con eso, pajarraco.
Ullon dudaba de las palabras del “pájaro”, y antes que éste le responda se fue de frente al espejo, pero si sólo era una espinilla, el ave exageraba, claro, le engañaba como a un niño, porque eso de que el forúnculo macho atacaba a mansalva, de un momento a otro, sin dar aviso y que su futuro en los derroteros del amor sería incierto, era cruel mentira, una zalagarda infame. Así es que el restó importancia. Una o dos espinillas en el rostro a mí no me hace feo, decía cada vez que se miraba al espejo para acicalar su rubio cabello. (Ignoraba que el forúnculo macho, mala yerba del rostro, de la noche a la mañana, se prolifera a raudales.)
Dos días después, Ullon, el cerdo blanco del Pueblo, tenía el rostro infestado de espinillas y barros. Sí, éste había sido cruelmente mordido por el forúnculo macho (el mismo que ahueca el rostro como polilla infesta, el mismo que odian los chicos cuando el amor infla sus pechos y el maldito forúnculo les infla la cara de chupos).
El cerdo corrió otra vez a verse en un espejo, y era cierto, el forúnculo macho estaba prendido en su cara. ¡Qué hago, Dios, qué hago!, buscar al doctor Max Pachi Cholín De Floyd era en vano. Al propio doctor, el forúnculo macho le había dejado la cara como si se le hubiese quedado picada como un queso y juraba a rabiar que la imagen que le reflejaba el espejo no era de él, que quizá era una maldita broma de alguno de sus ocurrentes pacientes, hasta que poco a poco sus ojos de reptil empezaban a aceptar que sí era él; Ullon, al recordar esto, no se quiso verse más en el espejo, no quería ni peinarse, ni salir a la ventana por no verse en los ojos de la gente, esto era peor que la varicela o el sarampión, esto, Dios santo, quedaría marcado como si le hubiesen embadurnado de Quaker todo el rostro. ¿Y Rouss? ¿Qué dirá Rouss?, se preguntaba con la angustia apretándole el pecho. ¡No! Así no podía verla, así no, así es que deseó con todo su corazón que el resto de los sátrapas también sufran el ataque del forúnculo macho para estar parejos, porque se llueve, Dios, todos deben mojarse, se decía el puerco revolcándose en los charcos de sus dolor. El “Pájaro” había dicho la pura verdad, y él que no le había prestado oído a sus palabras. Fue una vez más, con el rabo entre las piernas, en la búsqueda del ave. Cuando lo encontró entre los libros viejos de su caótica biblioteca con olor ha guardado, el rapaz le contestó que había leído en uno de esos papiros antiguos que abarrotan su desván, que la infusión de hojitas de manzanilla con la ayuda de un extirpador de plata le sacaría todos esos gusanos e grasa de la cara.
El cerdo preguntó:
_ ¿Estás seguro?
_ No lo sé.
_ Bueno, no importa, hazlo, pero que no sea doloroso. ¡Ah! Y que no queden huellas, rapaz, sobre todo eso, que no queden marcas en la cara.
No dolió, pero quedaron cicatrices, la cara del cerdo parecía la de un queso rojo por los pellizcos. Al verse en el espejo, sus ojitos rasgados brillaron y sentía que Rouss se le iba da las manos, como agüita de río, se le iba, Dios, se le iba al mar del olvido como se le iban las lágrimas y él sin poder hacer nada.
_ Maldito, “Pájaro” del diablo, qué le has hecho a mi cara.
_ Hice todo lo que puede, utilicé todo lo que estaba a mi alcance, pero ahora comprendo que el forúnculo macho es reacio a todo esto se ha resistido el maldito.
Ullon entendió, poco a poco, que el paso de la adolescencia, quiera o no quiera, deja huellas de uñas, no sólo en el alma, sino también en el rostro y comprendió que la vanidad etérea del hombre acaba con una concreta espinilla en el rostro, que el forúnculo contumaz, maldita, sea, se le había prendido por nada y que la varicela y el sarampión Rouss no le gustaban las “uñas” y Ullon empezaba a lamentarse de su suerte. Sobre todo, es tarde después del fútbol, cuando el “Hormiguero”, medio en broma, medio en serio, soltó de su corrosiva lengua cuatro palabras a raja tabla: “Pareces un viejo chorizo, una tuna seca”, desde entonces, el resto apenas veían una espinilla en sus rostros corrían donde el doctor De Floyd, víctima del mismo mal, y buscaban eliminarlo con pócimas e infusiones absurdas. Pero todo era en vano, el ataque del forúnculo macho no podía contrarrestarse con nada, aunque no hay mal que dura cien años. Y lo peor de todo es que podía propalarse.
Poco tiempo después que el forúnculo macho dio inicio a su ataque en el rostro de Ullon, el “Pájaro” empezó andar por el Pueblo con un paso apresurado, unos pasos más que sospechosos, algo ocultaba.
_ ¡Hola, rapaz! _ le saludaban y él, sin detenerse, ni voltear: “¡Hola, hola!,”, contestaba y se metía de frente a su casa, oíamos que le echaba llave, corría el picaporte y ponía candado a la aldaba. Algo ocultaba. Hasta que unanoche, muy tarde, alguien gritó a todo pulmón: “¡Fuego! ¡Fuego! ¡La casa de Rouss está en llamas!” Todos salieron disparados, en pijamas, con baldes con agua para apagar el fuego infernal. El “Pájaro” corrió, mejor aún, voló a rescatar a Rouss. Era cierto, había humo saliendo por el techo, pero, la verdad, no se veía candela por ningún sitio.
_ ¡Abre Rouss, abre! ¡Rouss, responde! ¡Responde, por favor! _ la imaginábamos ardiendo, apunto de hacerse cenizas como nuestras esperanzas se incineraban por su amor.
_ ¡Responde Rouss, responde! _ las lágrimas se nos caían a chorros, como un diluvio de dolor _ ¡Responde, responde, mi amor!
_ llorábamos a mares. De repente, la puerta se abrió de par en par, era doña Otti, en camisón.
_ ¡Qué pasa, Qué alboroto es este! _ nos vio a todos baldes en mano, a punto de irrumpir en su casa en busca de las llamas y sobre todo, en busca de Rouss.
_ ¡Dónde es el fuego, doña Otti! ¡De dónde sale ese humo!
_ Acá no hay más fuego que el de mi ira, y ese humo es de los poemitas tontos que le envían a mi Rouss. Ahí están _ señaló un rumito de hojas sueltas hechas cenizas_. Y dejen de escribir tarugadas, ociosos del demonio, no tienen otra cosa mejor qué hacer.
Nos fuimos, pero ahora estábamos en la búsqueda del bromista que soltó esa falsa alarma en el Pueblo, nos fuimos con el rabo entre las piernas, nos fuimos con la esperanza de verla humeando en nuestros ojos. De pronto, sentimos unos pasitos, de puntillas, apuradísimos que querían irse sin decir ni chis ni mus: Era él, el ave. “¡Alto, rapaz! Ahora nos dirás qué escondes”, gritamos voz en cuello.
_ Hemos dicho que ¡ALTO!
¬_ Esta bien, no tengo que esconder más lo que algún día ustedes también tendrán. El “Pájaro” volteó lentamente, se quitó una capucha que le cubría la testa y el claro color de su mirada.
_ Pero... rapaz y eso...
_ Es el ataque del forúnculo macho.
El ave tenía el rostro picado como un queso, parecía un chorizo pustuloso y se dejó caer en la acerapara llorar en un rincón su mala suerte.
El resto se fue marchando uno a uno, con un bolo de miedo atascado en la garganta, fueron en busca del espejo para ver si algo extraño les estaba creciendo en el rostro, para ver si la mala suerte del cerdo y del ave también les tocaba a ellos, ni pócimas ni infusiones, también se ensañaba con sus rostros. Más allá, desde una esquina, el cerdo blanco observaba el llanto agio dl ave, y sonreía, ya no estaba solo en su dolor, el “Pájaro” también tenía en la cara las marcas del forúnculo macho.
¿Y Rouss? A ella, Dios, no le gustan las “tunas”, ni el chorizo, ni el queso, mucho menos los hombres que guarden en sus rostros algún parecido o alguna semejanza con éstos, sobre todo tallada por las uñas infestas del maldito forúnculo macho.
Dios, tú sólo sabes por qué la vanidad superflua de los hombres se viene abajo, hasta el suelo, con una espinilla en el rostro, y por qué Rouss, tu Rouss, la rosa más hermosa, la rosa de este pantano, desprecia estar en la maleza con los geranios y los cactus.
El Manatí.
EL ATAQUE DEL FORÚNCULO MACHO
“En la vida hay amores que matan y amores que mueren”, dijo Ullon con una carita de cerdo en pena, tirado en el pasto, con los brazos cruzados bajo la nuca, mirando el vuelo de los últimos chilalos.
Rouss le había dicho, a los cuatro vientos y a todo pulmón, que no y que no, que no iría al cine, ni a la fiesta, ni a la playa, ni a la esquina, ni a nada, que no iría con él a ningún sitio y punto. (Los demás, a escondidas, hacíamos fiesta en nuestros corazones por el desplante, aunque en el fondo sabíamos que tampoco iría con ninguno de nosotros.) Y Ullon, en su fuero interno, se preguntaba qué había pasado, si todo estaba saliendo, Dios, como a pedir de boca, entonces, pensó en lo peor. Tal vez el vaho de mi aliento, se dijo recordando que el “Ronsoco” Pérez, quien fungía de dentista en el Pueblo, fue el que le había mal curado una muela en un triz. Para constatar eso empezó a lanzar el halo de su aliento contra sus palmas, aaah, aaah, pero no, nada. Entonces, pensó en sus pies, sí, estos deberían ser, adujo rabiando, y se quitó los zapatos, pero sus avezadas pezuñas, a Dios gracias, aún no estaban sudando, así es que no expedían ese maldito olor a habas hervidas. ¿Entonces, qué, diablos, será? Se preguntaba mirando el firmamento preñado de nubarrones. No podía perder más tiempo tendido en el pasto. Alguien con confianza debería decírselo, sin contemplaciones, sin miedos. Entonces, fue en busca del “Pájaro”, el rapaz es sincero conmigo, él no me mentirá, se dijo. Y lo encontró desplumándose el corazón a solas, había sido zarandeado por los demonios del amor por Rouss y escribía, hecho un loco, madrigales sin ton ni son.
_“Pájaro”, tú has sido franco conmigo siempre, dime la verdad aunque duela, ¿qué es lo que tengo que Rouss repele? _ habló el cerdo quebrándosele la voz, con los ojos a punto de exprimirse en llantos.
El “Pájaro” ni lo oía, peor si le preguntaba por Rouss, estaba ensimismado escarbando en su memoria la palabra precisa para que su pluma pueda parir un poema en nombre de Rouss.
_ Pajarraco, ¿me escuchas?
_ Eh, mira Ullon, todos morimos por ella, pero tú tienes el color en la piel que a ella le gusta y… esta bien, te diré lo que quieres_ dijo, quitándose, con una parsimonia desesperante, los anteojos con lunas de poto de botella.
_ ¡Dime qué es!
_ Es que Tú... _Lo miró fijamente, hizo un gesto de sorpresa y...
_ Que yo qué... ¡Habla! Maldita sea, habla de una vez que me muero de la zozobra.
_ Que tú estás marcado por el signo del peor de los infortunios.
_ Deja de andar con rodeos y ve al grano, rapaz.
_ Está bien, te lo diré a secas, como las lóbregas bolas de mis ojos, y sin contemplación alguna.
_ ¡Ya, dilo, por Dios, y no demores!
_ Lo que tienes es la marca del flagelo del forúnculo macho en el rostro.
_ ¡Cómo!
_ El acné, hombre, el A-C-N-E
_ ¡No!
_ Sí.
_ ¡Oh, no, Dios santo, el forúnculo macho en mi rostro! ¡No, no, noooooo...! Pero, ¿estás seguro, rapaz? No te juegues con eso, pajarraco.
Ullon dudaba de las palabras del “pájaro”, y antes que éste le responda se fue de frente al espejo, pero si sólo era una espinilla, el ave exageraba, claro, le engañaba como a un niño, porque eso de que el forúnculo macho atacaba a mansalva, de un momento a otro, sin dar aviso y que su futuro en los derroteros del amor sería incierto, era cruel mentira, una zalagarda infame. Así es que el restó importancia. Una o dos espinillas en el rostro a mí no me hace feo, decía cada vez que se miraba al espejo para acicalar su rubio cabello. (Ignoraba que el forúnculo macho, mala yerba del rostro, de la noche a la mañana, se prolifera a raudales.)
Dos días después, Ullon, el cerdo blanco del Pueblo, tenía el rostro infestado de espinillas y barros. Sí, éste había sido cruelmente mordido por el forúnculo macho (el mismo que ahueca el rostro como polilla infesta, el mismo que odian los chicos cuando el amor infla sus pechos y el maldito forúnculo les infla la cara de chupos).
El cerdo corrió otra vez a verse en un espejo, y era cierto, el forúnculo macho estaba prendido en su cara. ¡Qué hago, Dios, qué hago!, buscar al doctor Max Pachi Cholín De Floyd era en vano. Al propio doctor, el forúnculo macho le había dejado la cara como si se le hubiese quedado picada como un queso y juraba a rabiar que la imagen que le reflejaba el espejo no era de él, que quizá era una maldita broma de alguno de sus ocurrentes pacientes, hasta que poco a poco sus ojos de reptil empezaban a aceptar que sí era él; Ullon, al recordar esto, no se quiso verse más en el espejo, no quería ni peinarse, ni salir a la ventana por no verse en los ojos de la gente, esto era peor que la varicela o el sarampión, esto, Dios santo, quedaría marcado como si le hubiesen embadurnado de Quaker todo el rostro. ¿Y Rouss? ¿Qué dirá Rouss?, se preguntaba con la angustia apretándole el pecho. ¡No! Así no podía verla, así no, así es que deseó con todo su corazón que el resto de los sátrapas también sufran el ataque del forúnculo macho para estar parejos, porque se llueve, Dios, todos deben mojarse, se decía el puerco revolcándose en los charcos de sus dolor. El “Pájaro” había dicho la pura verdad, y él que no le había prestado oído a sus palabras. Fue una vez más, con el rabo entre las piernas, en la búsqueda del ave. Cuando lo encontró entre los libros viejos de su caótica biblioteca con olor ha guardado, el rapaz le contestó que había leído en uno de esos papiros antiguos que abarrotan su desván, que la infusión de hojitas de manzanilla con la ayuda de un extirpador de plata le sacaría todos esos gusanos e grasa de la cara.
El cerdo preguntó:
_ ¿Estás seguro?
_ No lo sé.
_ Bueno, no importa, hazlo, pero que no sea doloroso. ¡Ah! Y que no queden huellas, rapaz, sobre todo eso, que no queden marcas en la cara.
No dolió, pero quedaron cicatrices, la cara del cerdo parecía la de un queso rojo por los pellizcos. Al verse en el espejo, sus ojitos rasgados brillaron y sentía que Rouss se le iba da las manos, como agüita de río, se le iba, Dios, se le iba al mar del olvido como se le iban las lágrimas y él sin poder hacer nada.
_ Maldito, “Pájaro” del diablo, qué le has hecho a mi cara.
_ Hice todo lo que puede, utilicé todo lo que estaba a mi alcance, pero ahora comprendo que el forúnculo macho es reacio a todo esto se ha resistido el maldito.
Ullon entendió, poco a poco, que el paso de la adolescencia, quiera o no quiera, deja huellas de uñas, no sólo en el alma, sino también en el rostro y comprendió que la vanidad etérea del hombre acaba con una concreta espinilla en el rostro, que el forúnculo contumaz, maldita, sea, se le había prendido por nada y que la varicela y el sarampión Rouss no le gustaban las “uñas” y Ullon empezaba a lamentarse de su suerte. Sobre todo, es tarde después del fútbol, cuando el “Hormiguero”, medio en broma, medio en serio, soltó de su corrosiva lengua cuatro palabras a raja tabla: “Pareces un viejo chorizo, una tuna seca”, desde entonces, el resto apenas veían una espinilla en sus rostros corrían donde el doctor De Floyd, víctima del mismo mal, y buscaban eliminarlo con pócimas e infusiones absurdas. Pero todo era en vano, el ataque del forúnculo macho no podía contrarrestarse con nada, aunque no hay mal que dura cien años. Y lo peor de todo es que podía propalarse.
Poco tiempo después que el forúnculo macho dio inicio a su ataque en el rostro de Ullon, el “Pájaro” empezó andar por el Pueblo con un paso apresurado, unos pasos más que sospechosos, algo ocultaba.
_ ¡Hola, rapaz! _ le saludaban y él, sin detenerse, ni voltear: “¡Hola, hola!,”, contestaba y se metía de frente a su casa, oíamos que le echaba llave, corría el picaporte y ponía candado a la aldaba. Algo ocultaba. Hasta que unanoche, muy tarde, alguien gritó a todo pulmón: “¡Fuego! ¡Fuego! ¡La casa de Rouss está en llamas!” Todos salieron disparados, en pijamas, con baldes con agua para apagar el fuego infernal. El “Pájaro” corrió, mejor aún, voló a rescatar a Rouss. Era cierto, había humo saliendo por el techo, pero, la verdad, no se veía candela por ningún sitio.
_ ¡Abre Rouss, abre! ¡Rouss, responde! ¡Responde, por favor! _ la imaginábamos ardiendo, apunto de hacerse cenizas como nuestras esperanzas se incineraban por su amor.
_ ¡Responde Rouss, responde! _ las lágrimas se nos caían a chorros, como un diluvio de dolor _ ¡Responde, responde, mi amor!
_ llorábamos a mares. De repente, la puerta se abrió de par en par, era doña Otti, en camisón.
_ ¡Qué pasa, Qué alboroto es este! _ nos vio a todos baldes en mano, a punto de irrumpir en su casa en busca de las llamas y sobre todo, en busca de Rouss.
_ ¡Dónde es el fuego, doña Otti! ¡De dónde sale ese humo!
_ Acá no hay más fuego que el de mi ira, y ese humo es de los poemitas tontos que le envían a mi Rouss. Ahí están _ señaló un rumito de hojas sueltas hechas cenizas_. Y dejen de escribir tarugadas, ociosos del demonio, no tienen otra cosa mejor qué hacer.
Nos fuimos, pero ahora estábamos en la búsqueda del bromista que soltó esa falsa alarma en el Pueblo, nos fuimos con el rabo entre las piernas, nos fuimos con la esperanza de verla humeando en nuestros ojos. De pronto, sentimos unos pasitos, de puntillas, apuradísimos que querían irse sin decir ni chis ni mus: Era él, el ave. “¡Alto, rapaz! Ahora nos dirás qué escondes”, gritamos voz en cuello.
_ Hemos dicho que ¡ALTO!
¬_ Esta bien, no tengo que esconder más lo que algún día ustedes también tendrán. El “Pájaro” volteó lentamente, se quitó una capucha que le cubría la testa y el claro color de su mirada.
_ Pero... rapaz y eso...
_ Es el ataque del forúnculo macho.
El ave tenía el rostro picado como un queso, parecía un chorizo pustuloso y se dejó caer en la acerapara llorar en un rincón su mala suerte.
El resto se fue marchando uno a uno, con un bolo de miedo atascado en la garganta, fueron en busca del espejo para ver si algo extraño les estaba creciendo en el rostro, para ver si la mala suerte del cerdo y del ave también les tocaba a ellos, ni pócimas ni infusiones, también se ensañaba con sus rostros. Más allá, desde una esquina, el cerdo blanco observaba el llanto agio dl ave, y sonreía, ya no estaba solo en su dolor, el “Pájaro” también tenía en la cara las marcas del forúnculo macho.
¿Y Rouss? A ella, Dios, no le gustan las “tunas”, ni el chorizo, ni el queso, mucho menos los hombres que guarden en sus rostros algún parecido o alguna semejanza con éstos, sobre todo tallada por las uñas infestas del maldito forúnculo macho.
Dios, tú sólo sabes por qué la vanidad superflua de los hombres se viene abajo, hasta el suelo, con una espinilla en el rostro, y por qué Rouss, tu Rouss, la rosa más hermosa, la rosa de este pantano, desprecia estar en la maleza con los geranios y los cactus.
El Manatí.
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