MEMORIAS DEL MANATÍ
El Manatí.
EL “PERRO FLACO” DEL HORTELANO
Nunca al cerdo le había inspirado confianza, pero lo aceptó por diplomacia. El paria era alto, pálido y extremadamente enjuto. Lo habíamos observado a escondidas y habíamos sorprendido a sus fúnebres ojos mirando solapadamente a las féminas del Pueblo. Tenía la mala costumbre de mascullar piropos sueltos entre dientes, de desafinar casi en aullidos alguna canción profana al amor y llenarse la boca hablando en perjuicio de otros y, lo peor, lo hacía cuando éstos no estaban. Y lo llamamos “Perro flaco”, sí, así empezamos a llamarlo desde esa vez que llegó al Pueblo como ladrón en la noche y aullaba su pena; Ullon siempre lo miró con desconfianza y, más aún, cada vez que éste merodeaba por los pasadizos de la iglesia del padre Raúl intentando llamar nuestra atención con su miradita de pena, para que le permitiéramos sólo un mendrugo de las largas peroratas que teníamos con las féminas.
_ ¿Sabes? _me dijo, de repente un día, el cerdo_ no me gusta nada ese tal “Perro flaco”. Cada vez que conversamos con una de las chicas ahí está él, dando vueltas como una hiena hambrienta a ver si se nos cae la presa.
Ullon tenía el don de la premonición y casi siempre sus pálpitos daban en el clavo. Pero esta vez no quise poner mis manos al fuego por él y dejé que la lava hirviente de su ira se fuera enfriando con el transcurrir de los días y, poco a poco, fuera aceptando al paria. Para eso le inventé dos o tres historias acerca del tal “Perro flaco”, con el único fin de que lo aceptara, como esa que le dije: “El flaco por algún embrujo se está secando y está como esas almas en pena buscando de la gente un poco de conmiseración”, y mi discurso, increíblemente, humedeció de pena el recio corazón de Ullon y terminó aceptándolo, sí, pero con una sola advertencia, me dijo, que no se meta con Rouss, ella es “mi bobo”, pájaro, o sino seré su peor pesadilla.
Pero, así como el perro vuelve a su vómito, “Perro flaco” volvió al suyo y, encima, mordió la mano que le dio de comer. Se había pasado de la raya y empezó a jugar con fuego. “Perro flaco” a pesar de las advertencias empezó a flirtear, a diestra y siniestra, con todas las chicas que estaban clavadas desde había mucho tiempo en las pupilas de Ullon. El cerdo se sentía amenazado, pero callaba. Quería ver hasta dónde llegaba el pérfido ingrato. Cuando “Perro flaco” estuvo detrás de la pequeña Carmen, Ullon solo se mordió la lengua y no dijo “esta boca es mía”. Cuando “Perro flaco” estuvo con la gringa Furch, Ullon se hizo el de la vista gorda y no dijo “ni chis ni mus”, pero cuando “Perro flaco” puso sus ojos fúnebres en Rouss, Ullon pegó el grito al cielo. (Yo también, pero no se me oyó.) Y ahí recién conocimos la furia de Ullon. “Perro flaco” apeló su inocencia echándole a Rouss toda la culpa, además intentó inculpar a Ullon de amarla en silencio y no hacer nada, porque, según el enjuto desleal, aquel amor que no se propaga como polvo con el viento de nada vale. Ullon no soportó tamaña afrenta, echó chispas por los ojos y le lanzó un iracundo pezuñazo que terminó descalabrando al enclenque. De pronto, como cosa de Dios, pasó Rouss con una lluvia de mariposas de colores en el pelo y desperdigando su olor a sándalo por las calles. Detrás, el “Hormiguero” Juan Fallopio iba a hurtadillas recogiendo las migajas de sus pasos, una a una. Y viendo a ese guiñapo de hombre nos dimos cuenta qué ridículo se nos veía (y es que el amor vuelve idiotas a los hombres), y ella, por más disputas y afrentas que teníamos en honor a su amor, ni con el rabo del ojo nos miraba. No existíamos en su denso universo, éramos una nada, ni siquiera un punto. Y nos quedamos lamiéndonos nuestras heridas y recogiendo los remilgos de nuestro amor hecho tiras.
Pero, así como el perro vuelve a su vómito, “Perro flaco” volvió al suyo y, encima, mordió la mano que le dio de comer. Se había pasado de la raya y empezó a jugar con fuego. “Perro flaco” a pesar de las advertencias empezó a flirtear, a diestra y siniestra, con todas las chicas que estaban clavadas desde había mucho tiempo en las pupilas de Ullon. El cerdo se sentía amenazado, pero callaba. Quería ver hasta dónde llegaba el pérfido ingrato. Cuando “Perro flaco” estuvo detrás de la pequeña Carmen, Ullon solo se mordió la lengua y no dijo “esta boca es mía”. Cuando “Perro flaco” estuvo con la gringa Furch, Ullon se hizo el de la vista gorda y no dijo “ni chis ni mus”, pero cuando “Perro flaco” puso sus ojos fúnebres en Rouss, Ullon pegó el grito al cielo. (Yo también, pero no se me oyó.) Y ahí recién conocimos la furia de Ullon. “Perro flaco” apeló su inocencia echándole a Rouss toda la culpa, además intentó inculpar a Ullon de amarla en silencio y no hacer nada, porque, según el enjuto desleal, aquel amor que no se propaga como polvo con el viento de nada vale. Ullon no soportó tamaña afrenta, echó chispas por los ojos y le lanzó un iracundo pezuñazo que terminó descalabrando al enclenque. De pronto, como cosa de Dios, pasó Rouss con una lluvia de mariposas de colores en el pelo y desperdigando su olor a sándalo por las calles. Detrás, el “Hormiguero” Juan Fallopio iba a hurtadillas recogiendo las migajas de sus pasos, una a una. Y viendo a ese guiñapo de hombre nos dimos cuenta qué ridículo se nos veía (y es que el amor vuelve idiotas a los hombres), y ella, por más disputas y afrentas que teníamos en honor a su amor, ni con el rabo del ojo nos miraba. No existíamos en su denso universo, éramos una nada, ni siquiera un punto. Y nos quedamos lamiéndonos nuestras heridas y recogiendo los remilgos de nuestro amor hecho tiras.
La verdad, Rouss siempre supo que Ullon moría de una enfermedad crónica mal llamada Amor y que el chinchoso del “Perro flaco” tenía por mala costumbre cumplir estrictamente la dieta del Perro del Hortelano: No comer ni dejar comer. Pero a ella no le importó.
El Manatí.